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José Ángel Cilleruelo

En una nota final el autor del libro que acabo de leer, Carlos Poças Falcão (1959), confirma la extraña concepción de este libro, titulado «Sombra Silêncio» (2018). La convivencia del tono y temas diversos, cierta asimetría formal, la impresión de estar frente a poemas que se han quedado olvidados mucho tiempo en el fondo de un cajón. El primer efecto de la lectura es la nostalgia de lo que no se ha leído: la perfección constructiva de los libros anteriores, la complejidad del desarrollo temático, no ya de los poemas, sino de las series que los engastaban con admirable precisión. En una cita inicial el poeta reconoce también haber sido «convencido» para reunir estos poemas y cuando cierra el volumen el lector comprende la doble necesidad, la de convencerse en publicar lo heterogéneo, pero también la de quien ha deseado convencerle.
Junto a esta extrañeza por la imperfección del conjunto, el lector tiene sobre todo la impresión, al concluir, de que el libro no ha sido, en absoluto, inocuo. Casi en contraluz, evoca la sensación de un estruendo ensordecedor y al mismo tiempo la de una apagada armonía que sigue hechizándole. Y ambas sensaciones opuestas se confunden en el poso que ha dejado el libro con la rotundidad de una huella sobre arena húmeda. Los jirones formales de la estructura han resultado más permeables a aquello, tan imprevisible, que se recuerda de un libro. Es la paradoja de «Sombra Silêncio». El libro ha desatendido la alta exigencia de elaboración artística de su autor para, tal vez, hacerlo crecer poéticamente.
La clave que desvela esta contradicción se descubre en el tema del libro. El ruido del mundo. Siempre el mundo ha disgustado, pero nos adentramos en una época donde la aceleración y el ensordecimiento amenazan las convicciones, sean unas u otras: «Daqui, deste ruido, serei eu, Senhor, capaz / de te ouvir?». Amenazan la idea de construcción perfecta que tuvo el arte, el saber, los valores, las creencias (cualquier interpretación de Senhor es válida)… en el curso de la vida. Y acaso el eco de los poemas impacte en el lector que le ha acompañado a lo largo de las décadas más que su artificio porque sintoniza con una experiencia común de lo real contemporáneo. Esa necesidad de seguir en el vacío orando con las viejas armonías casi consumidas, de palparse antes de afirmar que uno sigue siendo quien cree que es. O ya le ha arrastrado el tsunami de la época. Más que un edificio de palabras con el que defenderse, «Sombra Silêncio» evoca la indefensión del sujeto ante los restos que cada amanecer el mar dispersa por la playa.

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